Que el fútbol argentino atraviesa por un cambio de época, no es ninguna
novedad. Parte de ese cambio involucra a los jugadores profesionales, quienes cada
vez con mayor frecuencia participan de la toma de decisiones a nivel
institucional, incluso estando aún en actividad. En Argentina, los casos más
emblemáticos son los de Carlos Babington en Huracán, Daniel Passarella en River
o Juan Verón en Estudiantes. Los resultados están a la vista y lejos de
ofrecer
un panorama alentador, siembran más dudas que certezas. Nos mueve a esta
reflexión la reciente consagración del goleador leproso Ignacio Scocco como
presidente del Hughes FBC.
En una mirada retrospectiva, es justo advertir que el fútbol argentino se
inició a partir de players-dirigentes, que apasionados por aquel novedoso
deporte se veían obligados a asumir todas las funciones propias de una
actividad amateur: desde marcar una cancha, hasta patear un córner.
Newell’s cuenta en su historial con players-dirigentes emblemáticos como
Víctor Heitz, Claudio Newell, Faustino González o “Pinoto” Viale entre tantos
otros... En aquel tiempo iniciático, el amateurismo era absoluto. Según Hugo
Mallet -jugador de los primeros equipos rojinegros- “lo único que los clubes
daban era un té pelado, sin factura ni galleta, al final de cada partido”.
Julio Libonatti -genio y figura en los años 20- colaboraba en la construcción
de la tribuna sur al finalizar los entrenamientos. En el Newell’s de los
primeros años, existía una única distinción entre asociados: los socios y los
socios-jugadores. Todos estaban habilitados a usar la cancha para jugar, pero
los últimos -para representar al equipo- debían abonar un peso. Incluso, en
1909 los capitanes rojinegros solicitaron a la dirigencia -a modo excepcional- un
viático para poder asistir a los compromisos en Buenos Aires, lo cual
obviamente fue rechazado de plano.
Poco duró aquel romanticismo. Los años 20 fueron los del “amateurismo
marrón”, que derivó en la profesionalización de 1931. Casi tres décadas después
-en 1960- apareció el “fútbol espectáculo”, reconfigurando el deporte en el
modo en que lo conocemos hoy día.
Desde los años 90, sin embargo, sobrevino una hiperprofesionalización a
partir de la cual los distintos actores económicos ligados al espectáculo
comenzaron a condicionarlo todo: desde los horarios hasta los modos en los que
el fútbol se ve y se siente…
En ese sentido, la reconversión del futbolista también fue drástica.
Entre los años 20 y 60, todos debían pensar en alguna actividad paralela que
los sostuviera económicamente una vez colgados los botines. Hoy, con los montos
que se manejan en Primera División, no hay jugador que tras concretar al menos una
transferencia no se considere “salvado”. Cuan distante es la realidad actual,
si miramos un poco hacia atrás. En el Parque recordamos el caso de Juan Carlos
Sobrero, crack leproso y de la Selección Nacional , quien al poco tiempo de
retirarse del fútbol trabajó en Newell’s cobrando la cuota a domicilio. La “Bruja”
Raúl Belén, otro ídolo leproso indiscutible, supo ganarse el pan oficiando como
portero de la institución.
Los años 80 fueron de transición. Allí aparecieron los primeros exjugadores-representantes,
tal es el caso de Eduardo Bermúdez. Tiempo después, Ricardo Giusti y Fabián
Basualdo seguirían el ejemplo. ¿Pero, por qué conformarse con una tajada del
negocio, si pueden acapararlo todo? Es posible que esta pregunta flote sobre la
cabeza de más de un futbolista, que no dudará en lanzarse a la arena política al
finalizar su carrera, para gerenciar el club que lo supo tener como
protagonista en la cancha. El nefasto caso de Sergio Almirón es un precedente
cercano. Mientras tanto, las dudas sobre el futuro de los actuales referentes
se irán despejando más temprano que tarde…
Vivimos una época de dirigentes timoratos, que cual marionetas del humor
popular siguen al pie de la letra las “sugerencias” de algún referente, ya sea
para acondicionar un vestuario, contratar o echar empleados en el club, o
fichar un director técnico…
Los hinchas, pasionales a la hora de alentar y seguir al equipo, solemos
desentendernos de las cuestiones institucionales. En general, vivimos la
ficción de que todo se resuelve otorgándole “las llaves del club” a alguien. Tal
vez sea un signo de época, aunque no hay que desdeñar el vaciamiento
institucional acontecido durante los años del lopecismo.
En cualquier caso, en ningún ámbito social puede reemplazarse la participación colectiva cuando se trata de realizar transformaciones tan profundas como necesarias. El mundo del fútbol no puede estar ajeno a esta premisa.