Heleno de Freitas. |
Corría febrero de 1945 cuando René Pontoni era transferido de Newell’s a San Lorenzo. Por primera vez en Argentina, la venta de un jugador llegaba a las 6 cifras… Cien mil pesos tuvo que desembolsar el club de Boedo para que el inolvidable René se despidiera de Newell’s. Atrás quedaban sus 79 goles y un recuerdo imborrable. Reemplazarlo no sería una tarea sencilla. Eso bien lo sabía el presidente leproso Vicente Pomponio, quien en una negociación secreta iría en busca del mejor futbolista brasileño de aquellos años: Heleno de Freitas.
Centrodelantero del Botafogo y de la selección verdeamarela, Heleno fue considerado por muchos como la máxima estrella brasileña hasta la llegada de Pelé. Alejado del estereotipo del futbolista popular, Heleno pertenecía a una familia pudiente. Era muy culto y cuidaba mucho su estética, lo que lo transformaba además en un hombre muy codiciado por el público femenino. Pero por cada página gloriosa que dibujaba en la cancha, escribía otra fuera de ella, llena de conflictos, escándalos y excesos. Mujeriego empedernido, Heleno vivió a un ritmo frenético. Muy pronto se transformó en ídolo incondicional del Botafogo, donde se cansó de hacer goles (209 en 235 partidos).
En 1945 se jugaba el Sudamericano
en Chile, donde el Seleccionado Argentino alzaría el trofeo. El recordado Ángel
Perucca, centrojás inamovible de
Newell’s y de la albiceleste, le recomienda
a Pomponio al exquisito delantero brasileño. Don Vicente, cautivado por ese
informe, le traslada a Heleno (siempre a través de Perucca) una tentadora
oferta: 80.000 cruzeiros por un año, lo cual entusiasma al carioca.
Heleno concluye esa
Copa América como goleador del torneo, hecho que obsesionó aún más a Pomponio,
quien en la más absoluta de las reservas continuó con su plan. Los contactos
iban avanzando y se mencionaba que como parte de pago iría al Botafogo el
eficaz defensor leproso Juan Carlos Sobrero (se especulaba que el monto total
de la transferencia alcanzaba los 400.000 cruzeiros). Pero con el correr de los
días, Heleno rechaza la oferta. En ningún lado se sentiría como en su Botafogo,
donde todo le perdonaban. El mandamás leproso no se echa atrás y le suplica que
lo espere en Río para poder charlar cara a cara.
Mayúsculo debe haber
sido el asombro de Pomponio cuando al arribar a Río advierte que su nombre y el
de Newell’s habían invadido las páginas de los principales diarios cariocas, donde
la posible transferencia de “el príncipe
maldito” tenía en vilo a los amantes del fútbol.
La cita con Heleno fue
en el Hotel Paysandú, a metros de la playa de Copacabana. En la reunión se
llegó a considerar la posibilidad de que Newell’s se hiciera cargo del traslado
de toda la familia del futbolista hacia Rosario, mejorando los montos finales a
percibir por el jugador. Pero aun cuando hubo diarios brasileños que dieron por
hecho el viaje de Heleno a Rosario, el pase finalmente no se concretó. A Heleno
le costaba alejarse de la bohemia de
Río: “casi no pude resistir quedarme en Chile por dos meses, imagine ahora
quedarme un año en Argentina”, llegó a sincerarse.
Un decepcionado
Pomponio aprovecha su estadía para reunirse con el presidente de Botafogo,
Adhemar Bebiano, plantando otra semilla: realizar una Olimpíada entre las dos
instituciones. Sería cada dos años, alternando la sede, y abarcaría a todos los
deportes practicados por ambas instituciones. Pero con el posterior alejamiento
de Pomponio del club, el proyecto perdería fuerza hasta quedar en el olvido.
Heleno, por su parte,
iría progresivamente apagando su magia como consecuencia de su indisciplina.
Tres años después terminaría su romance con Botafogo, que lo transfirió a Boca,
donde apenas tuvo una discreta actuación. Tras la huelga de futbolistas de
1948, volvería a Brasil para jugar en Vasco da Gama donde (a pesar de marcar
varios goles y de salir campeón de Río) sus continuas peleas con compañeros, DT
y dirigentes lo sacaron del equipo.
Su promiscuidad lo
llevó a contraer una sífilis que nunca se ocupó de tratar y que comenzó a hacer
mella en su organismo. Ya se había transformado además en jugador compulsivo y
en adicto al lança perfume. Sus
últimos destellos se vieron en Colombia cuando fue a jugar al Junior. Regresó a
Brasil para fichar primero en el Santos y luego en el América. Entre los dos equipos
jugaría sólo un partido. En 1953 la sífilis afectó su cerebro y tuvo que ser internado
en un neuropsiquiátrico donde murió totalmente enajenado, el 8 de noviembre de
1959 a los jóvenes 38 años. Su singular vida llegó al cine. En 2011 se estrenó
el film “Heleno, o príncipe maldito”.
Su leyenda tampoco escapó de la pluma de numerosos escritores y poetas como
Gabriel García Márquez y Eduardo Galeano. Hoy su mito vive en estatuas, murales
y, sobre todo, en las banderas del Botafogo.
Si ben esta historia no
tiene un final feliz, sirve como botón de muestra del audaz estilo de don
Vicente Emilio Pomponio. Enemigo de la mediocridad, el presidente rojinegro siempre
se esforzó por llevar al club a lo más alto. Como cuando duplicó el número de
socios y las disciplinas deportivas. Como cuando comandó al club hacia la
obtención de la Copa de Oro Rioplatense en 1943. Como cuando logró incorporar a
la institución al “Bloque de Clubes Grandes”. O como, por qué no, cuando estuvo
muy cerca de traer al mejor futbolista de Brasil, en el mejor momento de su
intensa carrera…
Pomponio fallecería 10
años antes que Heleno, el 4 de mayo de 1949, a los 48 años. Aún hoy es
recordado como uno de los mejores presidentes de la historia leprosa.